
El primer campeón del mundo de clubs de la historia es el Chelsea. Y lo es, en gran parte, gracias a la dirección magistral de Cole Palmer, que pareció haberle robado la batuta al maestro Currentzis –no hay director de orquesta más innovador en la actualidad– para conducir a los suyos hacia el título y borrar al PSG del verde de New Jersey, donde dentro de un año también se dirimirá la final del Mundial. El de verdad.
A pesar de que con su condición de finalista bastaba para calibrar su potencial, quiso el Chelsea dejar huella desde el inicio, para aclarar que no había llegado hasta aquí simplemente para poner la alfombra roja al todopoderoso campeón de todo París Saint-Germain de Luis Enrique, que buscaba su quinto título del curso. Los primeros diez minutos de la final no aparecían en los pronósticos. El equipo de Maresca encerró a los franceses en su área y practicó un asedio y derribo digno de la Edad Media, época de donde seguramente salieron las mentes pensantes que idearon este torneo a estas alturas de temporada.
En ese espectacular tramo inicial, Palmer ya dejó su firma. Una triangulación supersónica entre Pedro Neto y Joao Pedro en la frontal acabó con el disparo del talentoso inglés dando sensación de colarse por la escuadra, un efecto óptico tras tocar en el bastón que sujeta la red. Un gran susto en todo caso para un PSG que las veía venir.
Poco a poco el equipo de Luis Enrique aposentó los nervios y dejó que las ideas empezaran a volar. El duelo empezaba a asemejarse más a lo esperado, con un Chelsea encerrado, aunque siempre amenazante con sus balas ofensivas. Seguramente secundario en las crónicas, Cucurella firmó una jugada defensiva que cambió el devenir de la final. Se metió en la cabeza de Doué y le adivinó el pase, cuando todo indicaba que iba a chutar, cortando un regalo que no tenía otro final que el gol. Robert Sánchez también acertaba ante el disparo del propio Doué, porque de Dembélé no había noticias. Si la final debía ser su empujón final hacia el Balón de Oro fue un espejismo, pareció más una invitación para votar al adulto de nuevo cuño llamado Lamine Yamal.
Quizás se lo creyó demasiado el PSG, en evidente crecimiento, o quizás nunca dejó de creérselo el Chelsea, que parecía cómodo defendiendo, pero las estocadas iban a llegar y de color muy blue. La primera, por supuesto, con la firma sutil de Palmer, alojando el balón a la red con la izquierda tras recibir un caramelo de Gusto. El lateral aprovechó un fallo de Nuno Mendes, que confirmó que es un humano tras un año extraterrestre, para internarse en el área. El segundo, con el mismo artista invitado, llegó tras una carrera, un amago y otro disparo con la izquierda a la red. El futuro del fútbol inglés pasa por el talento de Cole Palmer, no hay duda.
Pedía a gritos el descanso el PSG para recomponer ideas y buscarle las cosquillas a un Chelsea que asustaba. Pero no llegó a tiempo porque antes de enfilar los vestuarios Joao Pedro redondeaba la goleada con una gran definición, después de una asistencia con la izquierda de, por supuesto, Cole Palmer.
La segunda mitad sobró por completo. Y no sólo porque no hubo goles si no porque el duelo fue subiendo de temperatura fruto del dudoso carácter del Chelsea y de la frustración del PSG, que acabó con diez después de que Neves estirara del pelo a Cucurella. Donnarumma había evitado antes un estropicio mayor con dos grandes intervenciones ante Delap. La final era del Chelsea, inesperado campeón del mundo. La temporada de clubs toca a su fin el día de la Toma de la Bastilla. Surrealista
Vía La Vanguardia