
El vínculo entre las emociones y la piel es un objeto de estudio por parte de la comunidad médica, que identificó una relación directa entre el estado de ánimo y diversas afecciones cutáneas. El eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal (HHS), activado en situaciones de estrés, desencadena una serie de reacciones biológicas que alteran la función y apariencia de la piel, explicó la especialista del Instituto de Dermatología Integral, Carmen Kanne.
Entre los efectos más comunes se encuentra el aumento del cortisol, hormona que estimula la producción de sebo, que favorece la aparición de acné. Asimismo, el sistema inmunológico libera citoquinas proinflamatorias que agravan enfermedades como la psoriasis, la rosácea y la dermatitis. El flujo sanguíneo también se ve afectado, al priorizar los músculos sobre tejidos cutáneos, lo que deriva en deshidratación y pérdida de firmeza.
El estrés prolongado puede debilitar las defensas naturales de la piel, lo cual facilita infecciones virales como el herpes, bacterianas como la foliculitis y fúngicas como los hongos. Estas alteraciones no solo afectan la estética, sino que comprometen la función protectora de la piel frente a agentes externos.
Las emociones intensas pueden desencadenar o empeorar afecciones dermatológicas. Casos como el acné, la urticaria, el eccema, la alopecia y la dermatitis seborreica presentan brotes más severos durante periodos de tensión emocional. La liberación de histamina, el desequilibrio del microbioma y la caída del cabello son respuestas frecuentes ante altos niveles de ansiedad.
Personas con patologías cutáneas crónicas son especialmente vulnerables. En pacientes con rosácea, psoriasis o dermatitis seborreica, el estrés incrementa la liberación de mediadores inflamatorios y altera el equilibrio microbiano de la piel. La corticotropina, hormona relacionada con el estrés, puede aumentar la secreción de sebo hasta en un 60 % e intensificar los síntomas.
La prolongación de los brotes y la dificultad para su resolución son consecuencias frecuentes en estos casos. El estrés no solo actúa como desencadenante, sino que interfiere en la recuperación, al hacer necesario un abordaje terapéutico más amplio que contemple tanto el aspecto físico como el emocional.
Ante este panorama, los especialistas recomiendan tratamientos integrales que incluyan atención psicológica. Técnicas como la terapia cognitivo-conductual han demostrado reducir el estrés, lo que contribuye a mejorar el estado de la piel y disminuir la frecuencia de brotes inflamatorios.
El uso de psicofármacos también forma parte del enfoque clínico. Antidepresivos con efectos antiinflamatorios indirectos y ansiolíticos que regulan la respuesta del eje del estrés han mostrado beneficios en pacientes con afecciones cutáneas. La combinación de estrategias médicas y psicológicas permite abordar de manera más efectiva el impacto del estado emocional sobre la salud dermatológica.
Vía VTV