
El crecimiento infantil es mucho más que una cuestión de estatura. Es un proceso complejo que involucra el desarrollo físico, hormonal, óseo y emocional del niño desde la vida intrauterina hasta el final de la adolescencia.
Cuando este proceso se ve alterado, hablamos de trastornos del crecimiento: condiciones que afectan el desarrollo físico y que pueden manifestarse en talla baja, bajo peso o madurez sexual retrasada en comparación con los estándares esperados para la edad y el sexo del niño.
Una realidad global que preocupa
Según estimaciones de organismos internacionales, cerca del 26% de los niños menores de 5 años en el mundo presentan retraso en el crecimiento, lo que equivale a unos 165 millones de niños afectados. Esta cifra revela una problemática de salud pública que, aunque silenciosa, tiene profundas implicaciones en el desarrollo físico, cognitivo y social de los menores.
¿Qué causa el trastorno del crecimiento?
Las causas son múltiples y abarcan desde factores genéticos hasta condiciones médicas complejas:
Déficit de hormona de crecimiento (GH): Puede ser congénito o adquirido, y afecta directamente la velocidad de crecimiento. Se asocia con talla baja, hipoglucemia neonatal, inmadurez ósea y retraso puberal.
- Factores nutricionales y ambientales: La desnutrición crónica, infecciones recurrentes y condiciones de pobreza pueden frenar el desarrollo físico.
- Enfermedades sistémicas: Afecciones como diabetes, enfermedades renales, cardíacas o digestivas pueden interferir con el crecimiento normal.
- Trastornos genéticos: Síndromes como Turner, Down o acondroplasia también están vinculados a alteraciones en el crecimiento.
- Retraso constitucional: Algunos niños simplemente crecen más lento y entran en la pubertad más tarde, pero alcanzan una estatura normal en la adultez.
¿Cómo se detecta?
Uno de los principales indicadores es que el niño se ubique por debajo del percentil 3 en las curvas de crecimiento. También se evalúa la velocidad de crecimiento, la edad ósea, el desarrollo puberal y otros signos clínicos como inmadurez, baja autoestima o características físicas particulares (como facies infantil o extremidades gráciles).
El diagnóstico requiere un enfoque multidisciplinario: pediatras, endocrinólogos y nutricionistas trabajan en conjunto para evaluar al niño. Las pruebas incluyen estudios hormonales, radiografías para determinar la edad ósea y análisis genéticos. En muchos casos, el tratamiento incluye terapia con hormona de crecimiento, además de intervenciones nutricionales y psicológicas.
Un llamado a la acción
El trastorno del crecimiento infantil no solo limita el desarrollo físico, sino que puede afectar el rendimiento escolar, la integración social y la autoestima. En países con altos índices de pobreza, el retraso en el crecimiento es también un reflejo de desigualdades estructurales.
Invertir en salud infantil, garantizar una nutrición adecuada y mejorar el acceso a servicios médicos especializados son pasos urgentes para revertir esta tendencia. Porque detrás de cada centímetro que falta, hay una historia que merece crecer.
Vía El Regional del Zulia