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Qué significa tener pesadillas, según los expertos

Tener pesadillas es habitual, sobre todo, durante la infancia pero también en la edad adulta. En este caso, el sentido cambia y también su significado. Te contamos qué son, por qué aparecen y cómo podemos saber si algo no va bien

Tener pesadillas es normal. Todo el mundo, alguna vez en su vida, ha tenido pesadillas. Sin embargo, hay veces que, sin saber por qué, las tenemos de forma recurrente. ¿A qué se debe? Según Magdalena Salamanca, psicoanalista de Grupo Cero, “las pesadillas nos muestran que las personas que las tienen están angustiadas, es decir, que están padeciendo un momento angustioso”. En opinión de Tania Ruiz, terapeuta y directora del centro anda CONMiGO de Valdemoro, “no son solo “sueños malos”. Son una forma que tiene el cerebro de revisar y reorganizar experiencias que le han resultado intensas o difíciles de asimilar”. 

Fase REM

Cuando dormimos, explica Ruiz, “especialmente durante la fase REM, el cerebro sigue activo, por lo que procesa información, consolida recuerdos y regula emociones. Si algo nos ha generado miedo, inseguridad o estrés (aunque sea leve), puede aparecer representado simbólicamente en forma de pesadilla”. Por eso, asegura, “las pesadillas son una vía natural de integración emocional que nos muestran que el cerebro está trabajando, incluso cuando dormimos”.

En cuanto al por qué aparecen, Salamanca explica que “los sueños son la expresión o manifestación de nuestros procesos psíquicos mientras dormimos, así como las fantasías son la manifestación de esos procesos durante nuestra vida despierta”. En ambos casos “podemos interpretar el deseo que se expresa, en los sueños o en las fantasías, como una realización de deseos pero en el caso de las pesadillas, aunque aparentemente no se pueden considerar a primera vista como representaciones de nuestros deseos, son manifestaciones de un estado angustioso que busca expresión”.

Y es que, informa, “la angustia es un estado displaciente que utiliza determinados actos de descarga. La angustia se basa en un incremento de excitación que busca aliviarse con determinados actos de descarga. Así, que atiende al deseo de poder descargar, a través de las pesadillas, el afecto angustioso”.

¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando tenemos pesadillas? Como explica Ruiz, durante una pesadilla, “se activa la amígdala, que es la zona del cerebro que detecta el peligro”. Al mismo tiempo, “la corteza prefrontal, que regula y da lógica a las emociones, está parcialmente desconectada por el sueño REM”. Esa combinación “hace que sintamos el miedo con mucha intensidad, pero sin la capacidad racional de entender que “no está pasando de verdad”.

Después de la pesadilla, “el cerebro intenta reducir esa carga emocional y por eso que muchas personas recuerdan los sueños intensos al despertar ya que es parte del intento de procesar lo vivido”.

Diferencias entre el adulto y el niño

Como hemos dicho, todos hemos tenido pesadillas tanto de niños como de adultos pero es cierto que, de pequeños, suelen ser más frecuentes. Esto es así porque “los niños, dentro de su crecimiento, como los adultos, pasan por momentos por los que tienen que enfrentarse a situaciones angustiosas”, señala Salamanca.

El miedo, recuerda Ruiz, “es totalmente necesario y forma parte del desarrollo normal. Es un mecanismo de supervivencia que enseña al niño a reconocer lo que le resulta desconocido o amenazante”.

Además, los miedos van cambiando por etapas:

  • Entre 1 y 3 años, suele aparecer el miedo a la separación o a los extraños.
  • Entre los 4 y 7 años, son comunes los miedos imaginarios (monstruos, oscuridad, tormentas).
  • A partir de los 8 o 9 años, surgen temores más realistas (a fracasar, a enfermar, a la crítica).

Cada etapa, recuerda Ruiz, “cumple una función adaptativa ya que el miedo ayuda al cerebro a desarrollar autocontrol, empatía y capacidad de pedir ayuda”.

En cuanto a las diferencias entre las pesadillas del niño y del adulto, según informa Ruiz, en la infancia “las pesadillas suelen estar ligadas al aprendizaje emocional y a la imaginación activa. El niño está descubriendo el mundo y su cerebro todavía no separa del todo la fantasía de la realidad. Por eso los sueños son más visuales y simbólicos”.

En la edad adulta, sin embargo, “las pesadillas tienden a tener un componente más psicológico”. A menudo aparecen en momentos de “estrés, trauma, ansiedad o falta de descanso”, y el cerebro “utiliza el sueño para procesar experiencias no resueltas o emociones reprimidas”.

A modo de resumen, “las pesadillas infantiles son parte del desarrollo mientras que en los adultos, suelen ser una señal de sobrecarga emocional o mental”. En ambos casos, “el objetivo no es evitarlas, sino entender qué nos están intentando decir”.

Estrategias 

Las dos claves para gestionar las pesadillas son “la rutina y la seguridad emocional”. Como indica Ruiz, en el caso de los niños ayuda mucho “tener un ritual antes de dormir (baño, cuento tranquilo, luz suave) ya que esto prepara al cerebro para descansar”.

Además, “evitar pantallas y sobreestimulación es fundamental, porque el sistema nervioso tarda en desactivar la alerta”.

Si las pesadillas son frecuentes, informa, “es muy útil hablar del sueño al día siguiente y no durante la noche”. Un consejo es “pedir al niño que lo dibuje y luego recrear un final diferente y positivo, por ejemplo, ¿qué podría haber pasado para que terminara bien?”. Esta técnica, conocida como rescripting, “está muy avalada por la neuropsicología del sueño y ayuda al cerebro a reescribir la experiencia de forma menos amenazante”, explica la experta.

Herramientas para gestionar el miedo y las pesadillas

A diferencia de lo que puedan pesar o hacer muchos padres, a los niños “no hay que empujarlos a dejar de tener miedo, sino acompañarlos a enfrentarlo poco a poco”. Eso implica “ofrecer seguridad sin sobreproteger”. Por ejemplo, como aconseja Ruiz, el uso de frases como “estoy contigo mientras lo intentas” en lugar de “yo lo hago por ti”, pueden ayudar a cambiar la situación. 

También funciona muy bien “convertir el miedo en juego”, eso es, “representar al monstruo, dibujarlo, darle un nombre divertido o crear un “kit antimonstruos” con linterna, música o peluche”. A través del juego, indica Ruiz, “el niño aprende que puede controlar y transformar lo que le asusta”.

Además, a nivel general, se debe:

  • Escuchar y validar: No minimizar con frases como “no pasa nada” o “eso no da miedo”. Es mejor decir: “Entiendo que te asuste, es normal que te sientas así.”
  • Mantener rutinas: Los niños se sienten seguros cuando saben qué esperar. Horarios estables, rutinas de sueño y transiciones predecibles ayudan a reducir la ansiedad.
  • Modelar calma: Si el adulto mantiene un tono sereno y una actitud tranquila, el niño “copia” esa regulación emocional.
  • Cuentos y juego simbólico: hablar del miedo a través de personajes o historias permite procesarlas desde la seguridad.
  • Refuerzo positivo: Reconocer los pequeños avances (“Has sido valiente por intentarlo”) fortalece la confianza.

¿Cuándo un miedo infantil es un signo de alerta?

En el caso de los niños, hay veces que los padres no saben qué pueden hacer para que sus hijos no tengan pesadillas porque son muy recurrentes. Además, muchos de ellos no saben si es algo normal o un signo de alerta. ¿Cómo lo podemos saber? Como explica Ruiz, “cuando el miedo deja de ser una emoción puntual y empieza a interferir en la vida diaria es decir que impide al niño dormir solo, ir al colegio, separarse de los padres o disfrutar del juego”, hay que preocuparse.

También, añade, “debemos prestar atención si el miedo es desproporcionado respecto a la situación, si provoca síntomas físicos frecuentes como dolor de barriga, palpitaciones, llanto intenso o si el niño se vuelve muy dependiente del adulto para sentirse seguro”.

En esos casos, la experta aconseja “valorar si se trata de un miedo evolutivo que necesita acompañamiento o de un trastorno de ansiedad infantil que requiere intervención profesional”.

Vía Cuídate Plus

Noelis Idrogo

Periodista en La Prensa de Monagas

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