En estos años, los consumos han dejado de generar alarma y se produjo una aceptación cultural de algunos de ellos. Es decir, muchos adultos debieron aceptar que los y las adolescentes consumieran en ciertos tiempos y contextos y en edades cada vez más tempranas.
Algunos padres han debido aceptar tener plantas de marihuana, a pedido de sus hijos, en sus casas por un temor mayor, que consuman algo con probabilidades grandes de toxicidad. Crecieron exponencialmente los grow shops y se puede escuchar a muchos adolescentes opinando acerca de semillas, tierra, fertilizantes, luces de cultivo, sistemas de riego y otros accesorios necesarios para el cultivo tanto en interiores como en exteriores.
Mientras tanto, también en la consulta clínica sus mamás y papás se muestran preocupados por sentirse exigentes con su hijos cuando les prohíben el consumo, o se sienten demasiado laxos sino lo hacen, porque detrás de este pedido existe una maquinaria infernal que los aprueba y promueve y desautoriza los límites del cuidado.
Desde las famosas previas que ahora pueden parecernos juegos de plaza, el permiso para tomar alcohol en las casas fue ganando aceptación en la familias por la presión social. Las marcas de bebidas fueron impregnándonos con imágenes que muestran a los adolescentes cada vez más felices e intoxicados. Las consecuencias parecen invisibles en primera instancia.
Tomar alcohol o consumir drogas, como si no hubiese otra alternativa para pasarla bien, o pertenecer a un grupo, es moneda corriente y quien se oponga a estas prácticas se lo considera un prohibicionista o una persona que no comprende las nuevas formas de vincularse: streamear y fumar porro, jugar videojuegos y fumar porro, bailar y tomar pastillas, tener sexo fumado o escabiado.
Cortesía La Patilla