Eliana todavía se pregunta qué hizo mal en su rol como madre de su primogénito, quien comenzó a armar su currículo delictivo cuando tenía 18 años
Eliana todavía guarda entre sus cosas el dibujo que le regaló su hijo Miguel Eduardo, aquel Día de las Madres, cuando apenas él tenía tan solo 8 años. Fue hecho en una hoja blanca que aunque se muestra corroída por el tiempo, para ella tiene un significado especial, pues, fue el único detalle que recibió por parte de él, durante los 22 años que el muchacho estuvo con vida.
Ella se muestra fuerte y valiente, pero al hablar de su primogénito se le quiebra la voz. Con firmeza afirma que se desvivía porque a su hijo no le faltara nada. “Le enseñé lo que era bueno y lo que era malo. Lo enseñé a caminar, a pronunciar sus primeras palabras, a escribir las letras, a bañarse y a dormir solo porque estaba consciente que después que ellos crecen hay que soltarlos para que continúen con sus proyectos, pero a mí se me fue antes de tiempo”, lamenta.
A Eliana también le duele el alma, pero dice que sus días han transcurrido en paz después del asesinato de “Miguelito”. “Un hijo es lo más sagrado que Dios nos puede regalar, pero ese muchacho me dio tantos dolores de cabeza que ahora que ya no está me siento tranquila, sin angustia y ya no estoy en zozobra”.
LA CRIANZA
Miguel Eduardo es el único hijo que tuvo Eliana Rodríguez con un hombre del que ella prefiere no mencionar su nombre. La mujer relata que a pesar de que reside en el sector La Constituyente, una comunidad de clase baja, perteneciente a la parroquia Las Cocuizas, de Maturín, estado Monagas, vive “medianamente bien”. A Miguel durante su niñez, adolescencia y juventud, nunca le faltó un bocado de comida, pues, su madre siempre procuró satisfacer todas sus necesidades.
“Yo no tengo una profesión fija. He trabajado en peluquería, como cajera en supermercados, vendiendo productos por catálogos, hacía de todo decentemente para darle comida, ropa, sus útiles escolares, pero mi esfuerzo no fue suficiente”, cuestiona.
SU JUVENTUD
Miguel estudiaba en un liceo privado en Maturín y no por decisión de su mamá, sino porque él mismo se lo pidió. Ella para complacerlo se buscó un trabajo adicional para así poder costear las mensualidades del instituto.
Los docentes nunca vieron en él una mala conducta y la mayoría de sus notas eran eximidas, por lo menos durante los primeros tres años en ese plantel, sin embargo, una vez que el jovencito comenzó a portar la chemise beige, le contó un maestro a Eliana, que el estudiante adoptó una actitud distinta. Era mal hablado, alzado y atrevido, incluso, ya no compartía con sus compañeros de clases, sino con los alumnos de un liceo público cercano.
LA PRIMERA SOSPECHA
En la sala de su casa, Eliana tiene una imagen del arcángel San Miguel, pues, siempre ha sido devota y a eso se debe el nombre de su hijo. Ella no recuerda cuántas veces le oró al ángel aquella noche del 31 de julio para que lo protegiera cuando no regresó a casa.
Pasó toda la madrugada sin poder conciliar el sueño y no tenía cómo trasladarse hacia el sector Alberto Ravell donde, supuestamente, se encontraba Miguel compartiendo con unas amistades por una graduación de bachilleres.
Llamó a varios números de teléfonos de sus amigos pero ninguno le atendió. Esa preocupación culminó la mañana del 2 de agosto cuando el muchacho de 18 años llegó nuevamente a su casa.
La mujer al verlo quiso reprenderlo, pero él le dijo que se quedara tranquila, que solo estaba compartiendo y que no la pudo contactar porque se había quedado sin batería, sin embargo, la preocupación volvió cuando al paso de unos minutos y mientras Miguel dormía, ella le revisó su bolso y encontró un arma de fuego.
“Yo de armas no sé nada. Solo la vi y ni la quise tocar porque no sabía si eso se podía disparar. Estaba llena de rabia y miedo. Agarré un gancho de ropa y se lo pegué por la espalda, así fue que lo desperté. Lo enfrenté y le pedí que me explicara todo y me dijo que el arma era de un amigo que le pidió el favor que la guardara. Yo le reclamé que una persona que le pide que le guarde un arma no es amigo de nadie. Le dije que íbamos inmediatamente a la policía a entregar “esa cosa tan fea” y me pidió que no, que lo podía meter en problemas. Me prometió que él la iba a entregar. Yo quise acompañarlo, pero no quiso. Estaba renuente”, asevera.
OTROS DELITOS
Cuando Miguel Eduardo cumplió 19 años, se fue de su casa. Para ese momento tenía una novia y, según cuenta su mamá, él le mintió diciéndole que vivía con ella.
“Yo sabía que él me estaba mintiendo. Nunca me dijo la parte dónde estaba viviendo. Le pedí que yo quería visitarlo y me decía que se la pasaba trabajando. Tampoco me dijo en qué y dónde. Si me daba cuenta que estaba vistiendo de marca y con equipos de última tecnología. Yo solo le pedía a Dios y a San Miguel que lo protegiera”.
Eliana cuenta que una madrugada mientras dormía, escuchó desde lo lejos un balazo y al cabo de unos segundos Miguel entró a la casa.
“Yo tenía varias semanas sin verlo y me sorprendió que llegó esa noche a casa. Lo noté asustado, le pregunté por qué llegaba a esa hora y que si había escuchado el disparo y me dijo que no, que yo estaba loca y se acostó”.
La mañana siguiente, muy temprano, fue encontrado el cadáver de un joven en la entrada del sector La Constituyente. Todos los vecinos comentaban que “Miguelito” podría estar involucrado en ese crimen porque ya su currículo delictivo era conocido, incluso, en una oportunidad su foto salió reflejada en los medios de comunicación, por posesión de arma de fuego.
“En total yo fui en cuatro oportunidades a diferentes cuerpos de seguridad a visitarlo cuando me llamaba que lo habían detenido. Siempre el delito era por tener en su poder armas de fuego. ¿Cómo lograba salir libre? Todavía lo desconozco. Yo no tenía cómo gestionar un abogado al menos, y creo que si hubiese tenido el dinero tampoco lo fuera ayudado porque era alcahuetear sus actitudes delincuenciales. Yo no me podía permitir eso”, resalta Eliana.
LOS HOMICIDIOS
Eliana sabía de los delitos por arma de fuego que se le acusaba a su hijo, pero desconocía que era solicitado por la Justicia por tres homicidios, uno registrado en la entidad monaguense y dos en el estado Anzoátegui. En uno de ellos tuvo participación directa y en el otro fungía como acompañante de un sujeto que le quitó la vida a un comerciante.
“Supe que él mató a una persona porque una vez me llamaron por teléfono amenazándome. Me decían que si no les indicaba dónde estaba mi hijo, iban a arremeter contra mí y contra de mi mamá. Yo tuve que irme del sector por varios días porque el miedo me consumía. Yo no dormía”.
LA MUERTE
Miguel Eduardo fue asesinado en una avenida de la ciudad de Maturín, cuando iba de copiloto dentro de un carro. Le arrebataron la vida de un tiro en la cabeza, igual como él lo hizo unos meses antes con un hombre de quien se presume, tomaron venganza.
Cuando a Eliana le dieron la noticia lloró sin parar. Luego se llenó de fuerza, preparó el velorio y al día siguiente le dieron sepultura en el cementerio municipal de la capital de Monagas.
Maira Alejandra, una vecina, recuerda que cuando salieron del camposanto, Eliana dijo “Me duele porque es mi hijo, pero al fin voy a estar en paz”.
NOTA: Los nombres, así como los lugares y los tiempos han sido modificados para proteger las identidades de los protagonistas