Los estilos de crianza y circunstancias como la pobreza, la violencia y la desigualdad son factores de riesgo para el desarrollo de distintos trastornos. El cuidado y la protección emocional son algunas de las claves para que niños y niñas crezcan de forma saludable.
Los bebés llegan al mundo con su propio equipaje. Se trata de singularidades innatas con relación a su capacidad para generar interacciones y necesidades de contacto intersubjetivo. Cuentan con conductas sensoriales y motrices que les permiten responder a estímulos, tanto positivos como negativos, provenientes de lo interno o lo externo.
Su propia indefensión madurativa requiere de la asistencia y apoyo del otro para seguir su desarrollo. Así, cada bebé combinará aquello que trae con lo que recibe a través de la experiencia con el medio que lo rodea.
La salud mental infantil abarca la capacidad de desarrollo del niño/a desde el nacimiento para experimentar, regular y expresar emociones; formar relaciones interpersonales cercanas y seguras; y explorar el ambiente y aprender, todo en el contexto de las expectativas familiares, comunitarias y culturales.
A partir del nacimiento, los niños y las niñas necesitan relaciones positivas con los adultos que los cuidan. Estas relaciones los ayudan a desarrollar la confianza para explorar y aprender e investigar los vínculos, qué se espera de ellos, qué significa ese gesto o ese tono de voz. Los niños logran desarrollarse sin dificultades cuando los adultos apoyan sus fortalezas y necesidades y son receptivos a ellas y a sus fragilidades. Esto los ayuda a sentirse seguros, valorados y deseados.
La niñez constituye una etapa crucial en el desarrollo humano por ello las experiencias desde el nacimiento influyen en su forma de ser y estar en el mundo. La interacción con su familia y su entorno constituyen la base para el desarrollo de lo que luego será su carácter y su identidad.
Con información de La Patilla