Aunque no sea la práctica más recomendable, la gran mayoría de usuarios cargan sus teléfonos móviles por la noche, normalmente sobre la mesilla de noche pegada a sus camas. Decimos que esto no es recomendable porque puede acabar dañando a la batería con el paso del tiempo, pero aun así es una práctica muy extendida.
Al igual que lo es dejar el cargador del móvil siempre enchufado, es decir, esté o no el móvil cargando la gran mayoría acabamos dejando este dispositivo conectado, por pereza y comodidad de no tener que estar cambiándolo de lado o colocando y descolocándolo.
Pero lo cierto es que esta acción, aunque pueda parecer simple e inofensiva, puede acarrear una serie de daños y problemas, ya sea para el dispositivo en sí como para tu hogar o incluso bolsillo. Por esa razón te vamos a dar algunos de los puntos a tener en cuenta para dejar de tener el cargador del móvil todo el día enchufado.
¿Por qué no deberías tener el cargador del móvil todo el día enchufado?
Son varias y diferentes razones por las que deberías dejar esta práctica de lado, y los motivos de ello son los siguientes:
El consumo fantasma
Esta claro que cuando tenemos el móvil cargando, estamos consumiendo luz, y esto conlleva un coste asociado (aunque no sea el más alto de los dispositivos electrónicos), pero es que incluso cuando no hay nada enchufado, si el cargador está conectado a la corriente consume una pequeña cantidad de energía, conocida como el consumo fantasma.
Sobrecalentamiento
Esto es un problema que afecta principalmente a los cargadores más viejos o de mala calidad cuando están recibiendo un flujo constante de energía. Lo más peligroso es que estos sobrecalentamientos pueden provocar a cortocircuitos que pueden desencadenar en un incendio en tu casa en los casos más extremos.
Desgaste del cable y daños a tus dispositivos
Como todo en este mundo, el uso continuo provoca desgaste, que ya no solo afecta a la efectividad de la carga y el rendimiento del cargador, sino que puede acabar causando daños mayores a tu teléfono también.
Vía | El Economista