Cuando a una persona cercana le diagnostican un cáncer, intentamos ayudarla de todas las maneras posibles y transmitirle las mejores palabras de aliento que encontramos. Sin embargo, a veces no caemos en la cuenta de que algunas frases hechas, lejos de contribuir a mejorar su ánimo, pueden empeorarlo. Aunque las hayamos pronunciado con nuestra mejor intención.
“Si uno no sabe qué decir, es mejor no decir nada”, expresa en declaraciones a CuídatePlus el psicooncólogo de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC) Miguel Mediavilla. Parafraseando al profesor Ramón Bayés, recientemente fallecido, considera que “la forma universal de ayuda es la escucha”. Es decir, lo primero que necesita el paciente “es que lo escuchemos y validemos sus emociones, que acojamos su incertidumbre, su miedo o su tristeza”.
En especial, el psicólogo recomienda evitar evitar las frases hechas del tipo “todo irá bien”, “no pienses en eso” o “tienes que ser fuerte”.
La tiranía de la ‘actitud positiva’ frente al cáncer
Una de las peores frases que se pueden dirigir a una persona con cáncer es la siguiente (o similar): “Debes tener una actitud positiva para que funcione mejor el tratamiento”. El impacto psicológico de este tipo de afirmaciones puede ser demoledor, pero es que ni siquiera son ciertas. Tal y como expone Mediavilla, “no hay ninguna evidencia sólida de que pensar positivamente o tener una actitud positiva influya en un mayor efecto del tratamiento, ni en la cura de la enfermedad, ni en la disminución del riesgo de recurrencia”.
Lo único que se puede dar por válido es que “una actitud positiva o proactiva mejora la calidad de vida, reduce el impacto emocional y favorece la adhesión a los tratamientos”, pero instar al paciente a que vea las cosas de otra forma puede ser una carga demasiado dura para él o ella. Así lo confirma el experto, quien considera que, ante este tipo de propuestas para que cambie su estado de ánimo, “la mayoría de las veces el paciente siente que las personas de su entorno no entienden lo que le sucede y eso puede hacer que opte por no hablar de sus emociones al percibir que estas no son acogidas y validadas”. Es más, “en ocasiones esto puede causar que la persona evite el contacto con otras personas y se incremente su sensación de soledad”.
El paciente puede sentir “que no es capaz de ser positivo o, si lo es, tal vez de no serlo lo suficiente”. Es entonces cuando surge el sentimiento de culpa. Esa persona puede sentir emociones como el miedo o la tristeza, por ejemplo, ante los malos resultados de alguna prueba, o bien porque se siente mal físicamente, y llegar a creer “que todo ello es a causa de que no está poniendo todo de su parte, generándose además el pensamiento de que las cosas aún pueden empeorar si no es capaz de ser más positivo”.
La baja autoestima es otra de las posibles consecuencias: “La persona puede sentir que no es capaz de estar a la altura de lo que se espera de él”. Y esto, a su vez, puede incrementar el sentimiento de culpa al hacerle creer “que es una carga para los demás y que les está haciendo sufrir”.
En definitiva, concluye el psicólogo, “el pensamiento positivo acaba depositando la responsabilidad en el paciente en un proceso que ya es duro de por sí y en muchos aspectos incontrolable”. Se convierte, por lo tanto, en una forma de tiranía psicológica.
Cómo escuchar y acompañar a una persona con cáncer
Frente a las frases hechas, bienintencionadas pero potencialmente contraproducentes, el psicooncólogo aconseja “mostrar disponibilidad y presencia, que la persona sepa que puede contar contigo”. Y, sobre todo, acompañar al paciente con cáncer: “Lo que no puedes cambiar, siempre lo podrás acompañar”.
Para ello, basta con preguntarle a la persona cómo se siente. “Lo podemos hacer con una pregunta abierta, ‘¿cómo vas?’, de forma que le permita a la propia persona decidir si entra o no entrar en la cuestión de la enfermedad”, apunta Mediavilla.

Si la persona necesita llorar, “permitirle el llanto”, y procurar “no asustarnos, no confundir cansancio con tristeza y tristeza con depresión”. Después de permitir el desahogo, continúa el psicólogo, “lo que podemos hacer es preguntarle cómo podemos ayudarla y también qué cosas no la ayudan”. Al fin y al cabo, “nadie mejor que esa persona te podrá indicar qué necesita y qué no”.
También podemos “planificar y sugerir actividades, pero, por supuesto, en ningún caso forzar”. Es importante tener en cuenta “que no todo le viene bien a todo el mundo y que no todos los casos de cáncer son iguales”.
Por último, Mediavilla destaca la gran contribución que puede suponer lo que denomina “ayuda instrumental”, que se traduce en que la persona “sepa que puede contar contigo para acompañarle a las consultas o, ‘simplemente’ (así, entre comillas), para acercarle en coche al hospital o para prepararle alguna comida o ir a recoger a los niños al colegio”. Este tipo de gestos “ofrecen seguridad y aportan certezas”.
Cuándo pedir ayuda psicológica
En muchos casos, aunque la persona con cáncer cuente con un buen apoyo familiar y de los amigos, puede requerir ayuda psicológica profesional. Mediavilla ofrece las claves para determinar cuándo acudir a un psicooncólogo:
- Cuando las emociones (miedo, tristeza, ira…) dejan de ser adaptativas. El experto explica que todas las emociones tienen un por qué (suceden en un contexto que las explica) y un para qué (son adaptativas dentro de ese contexto). “Imaginemos a alguien a quien le acaban de diagnosticar cáncer y siente miedo. Ese miedo es lógico, tenemos que enfrentar una situación nueva que percibimos como una amenaza no solo para nuestra vida, sino para nuestra integridad (trabajo, familia, sexualidad, vida social…)”. Este sería el por qué. Por otro lado, “ese miedo sirve, además, para activarnos y prepararnos para enfrentar la situación; por ejemplo, pidiéndole información al oncólogo sobre los tratamientos y trasladándole los miedos concretos que podemos tener (pensemos en los efectos secundarios de los tratamientos) para buscar soluciones para paliarlos, para hablar con nuestro entorno y trasmitirles cómo nos pueden ayudar”. Y ese sería el para qué. Por lo tanto, si no hay un por qué y un para qué de una emoción, es que no es adaptativa.
- Cuando la intensidad de las emociones persista en el tiempo. “El diagnóstico de cáncer supone en la mayoría de las ocasiones un fuerte impacto, pero lo frecuente es que la intensidad vaya disminuyendo a medida que la persona va desarrollando sus recursos para afrontarlo”, señala el psicólogo. “Si no es así, si la intensidad no disminuye o incluso se incrementa y no se produce la adaptación a la nueva situación, es necesario solicitar ayuda profesional”.
Vía Cuídate Plus