
Psicólogos apuntan que el nombre define la personalidad e incluso el comportamiento de las personas, esto tras estudios realizados en los que el autoconcepto que tenía la persona sobre su nombre lo inspiraba de cierta manera inconsciente a cubrir con esas expectativas.
Además, este tiene el poder psicológico de influir en cómo somos tratados desde la infancia, afectando el carácter. Por otra parte, la psicopedagoga Bebsabe Duqued señaló que quienes tienen más de dos nombres pueden tener problemas de personalidad.
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En el año 2000, la psicóloga Jean Twenge escribió sobre los indicios de la verdadera influencia del nombre, estudio en el que comprobó que a las personas a quienes no les gusta su nombre les cuesta socializar.
La etimología en este sentido también juega una intervención fundamental y es que se trata de la disciplina que estudia el origen y la causa de las palabras y nombres para entenderlos mejor. Se dice que hace muchos años, en la cultura indígena, los nombres eran asignados según un calendario, con el fin de «darle un propósito y futuro al portador»; incluso, muchas palabras de ahora alguna vez fueron nombres, como por ejemplo Celestina, “una alcahueta”; Quijote, “un idealista, un soñador”; Lazarillo, “una persona que guía y acompaña a un ciego o a alguna otra necesitada”; y Donjuán, “un gran seductor de mujeres”.
Elegir el nombre de un hijo es una decisión importante; es la tarjeta de presentación sobre cómo será percibido para sí mismo y para los demás. El nombre no solamente es un distintivo, también puede conectar a una persona con su familia, cultura o historia. Es por ello que, sea cual sea la razón por la que le hayas dado el nombre a tu hijo, es importante que se la hagas saber porque ese motivo se sembrará en su cabeza y, con el paso del tiempo, él decidirá qué hacer al respecto.
Vía Diario 2001